13 dezembro 2006
Editorial 2ª semana: Pinochet, uno menos

Al final se murió. Pasados los 90, rodeado de sus seres queridos, que también los tenía. Desdiciendo aquello de “el que a hierro mata a hierro muere”. Se rió de todos nosotros. De los chilenos, sí, y de cualquiera con dos dedos de frente cuando, con la complicidad de nuestro gobierno, se volvió demente para no ser juzgado. Que digo yo, que lo cortés no quita lo demente, y aunque no acabara sus días en chirona, como debiera, nada quitaba una buena condena. Que se le podía haber dicho “Usted es culpable de esto y de aquello”, aunque no se enterara el hombre, que seguro que sí. Y de paso privarlo de sus cuentas en el extranjero, de su mansión y de su estatus en el ejército. Como aviso a navegantes. Que sepan, los de su calaña, que en este mundo globalizado, también la justicia se globaliza, y que no puede uno reprimir un país y morirse como si nada. Que antes o después te van a pasar la factura de tus actos, también en el más acá. O eso nos gustaria.
El caso es que al final se murió, dejando en labios de muchos la miel de la justicia. El mundo no va a ser mejor porque ya no esté don Augusto entre nosotros. Para qué nos vamos a engañar. Entre otras cosas porque quien en su día patrocinó al equipo que se permitió el lujo de apoderarse de Chile, sigue hoy patrocinando este tipo de deportes. Pero tampoco vamos a esconder que es un alivio librarse de tan sombrío compañero de viaje.
Como se diría en mi tierra “deixao ir”. Que descanse en paz o no, es ahora problema suyo.